La Edad Antigua o Antigüedad es el conjunto de eventos pasados desde el comienzo de la escritura y la historia humana registrada y que se extiende hasta la Antigüedad tardía. El lapso de la historia registrada es de aproximadamente 5000 años, comenzando con la escritura cuneiforme sumeria. La historia antigua cubre todos los continentes habitados por humanos en el período 3000 a. C. - 500 d. C. El sistema de tres edades periodiza la historia antigua en la Edad de Piedra, la Edad del Bronce y la Edad del Hierro, y generalmente se considera que la historia registrada comienza con la Edad del Bronce.[1] El comienzo y el final de las tres edades varía entre las regiones del mundo. En muchas regiones, generalmente se considera que la Edad del Bronce comenzó unos siglos antes del 3000 a. C.[2], mientras que el final de la Edad del Hierro varía desde principios del primer milenio a. C. en algunas regiones hasta finales del primer milenio d. C. en otras.
Durante la Edad Antigua surgieron y se desarrollaron cientos de civilizaciones de gran importancia en todos los continentes, muchas de las cuales generaron productos, instituciones, conocimientos y valores que aún se encuentran presentes en la actualidad, desde Sumeria (IV milenio a. C.) y el Antiguo Egipto, pasando por las antiguas civilizaciones védicas en la India, la China Antigua, las antiguas Grecia y Roma, el Imperio aqueménida en Persia, la Antigua Sudamérica, entre muchos otros.
En el curso de la Edad Antigua surgieron las ciudades y el proceso de urbanización, el Estado, el derecho y la ley, así como grandes religiones como el budismo y el cristianismo.
Sea cual fuera el criterio empleado, coincidiendo en tiempo y lugar, unos y otros procesos cristalizaron en el inicio de la vida urbana (ciudades muy superiores en tamaño, y diferentes en función, a las aldeas neolíticas); en la aparición del poder político (palacios, reyes) y de las religiones organizadas (templos, sacerdotes); en una compleja estratificación social; en grandes esfuerzos colectivos que exigen la prestación de trabajo obligatorio; en el establecimiento de impuestos y el comercio de larga distancia (todo lo que se ha venido en llamar «revolución urbana»).[3] Este nivel de desarrollo social, que por primera vez se alcanzó en la Sumeria del 0 a. C. (espacio propicio para la constitución de las primeras ciudades-estado competitivas a partir del sustrato neolítico), llevaba ya cuatro milenios desarrollándose en el Creciente Fértil.[4] A partir de ellas, y de sucesivos contactos (tanto pacíficos como violentos) de pueblos vecinos (culturas sedentario-agrícolas o nómada-ganaderas que se nombran tradicionalmente con términos de validez cuestionable, más propios de familias lingüísticas que de razas humanas: semitas, camitas, indoeuropeos, etc.), se fueron conformando los primeros estados de gran extensión territorial, hasta alcanzar el tamaño de imperios multinacionales.